¿Qué es meditación?

   
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Caminaba por una colinas cerca de donde vivía. El sendero corría por entre un bosque templado, en algunos lugares tan cerrado y umbrío, que abajo no crecía el pasto. Ocasionalmente, un claro en la ladera dejaba pasar la luz y abajo, a lo lejos, se veía el valle cubierto de casas que a esa distancia parecían casas de muñecas y hacia el fondo se veía la carretera. Sin embargo, todo esto acontecía como muy lejos, allá abajo en el valle. Ahí arriba, lo único que se escuchaba era el ruido del viento meciendo las hojas.

El sendero iba rodeando la colina y luego subía por otra colina, más bajita y achatada, para descender al otro lado, donde era parque provincial y, por lo tanto, no estaba urbanizado.

A poco de descender, de pronto siento algo que no logro identificar, algo agradable, que me produjo alivio. Me detengo y miro alrededor, a ver si fue algún movimiento, algún color que pudiera haber percibido por el rabillo del ojo. Olisqueo el aire … quizás algún aroma. Lo que fuera me sorprendió tanto que me había detenido en seco, con un pie delante y otro atrás, a medio dar un paso. Cargo mi peso en el pie que me había quedado atrás, a ver si desde otro ángulo lo podría ver, pero estaba casi seguro que no era algo que había visto, aunque no sabía qué podía ser. Todo esto no había durado más de un par de segundos.

De pronto me doy cuenta que no es algo que hubiera, sino algo que dejó de haber: ruido. Al descender por la colina, esta me había apantallado los ruidos del pueblo y la carretera. Ruidos muy tenues que yo instintivamente había descartado y creía no escuchar. De pronto, habían desaparecido y su ausencia era tan tangible como no lo había sido su presencia.

Respiro, una respiración profunda, de alivio y disfruto esa ausencia. Me asiento bien sobre mis pies mientras miro alrededor el verde oscuro del bosque. En la ladera de enfrente, veo una onda más clara que avanza hacía mi. Cuando el cambio de color llega a donde me encontraba, siento la ráfaga de viento que había hecho que las hojas de los árboles a su paso, se dieran vuelta mostrando su reverso.

Cuántas veces me pregunté, y me preguntaron, cómo era eso de meditar, y esa historia se convirtió en mi respuesta. Pues en la vida cotidiana uno vive en el barullo de su propia actividad y de los compromisos sociales. Uno vive en ese ruido sin darse cuenta que está allí. El meditar predispone a acallar ese barullo. Puede ocurrir, o no. Yo había pasado por el mismo camino docenas de veces, y volví a pasar otras tantas y nunca antes ni nunca después sucedió, una única vez, irrepetible, pero la sensación que me produjo no la olvido.

¿Y qué queda cuando hay silencio? Despojado del barullo, queda solamente uno o, al menos, alguien mucho más cercano al auténtico ser propio que ese autómata que anda transitando por la vida en medio de ese carnaval permanente.