Ser Total

   
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Eramos unos 30 haciendo un ejercicio terapéutico. Nos dividimos en 3 ó 4 grupos para trabajar cada grupo por su lado. Formados en fila, el que estaba a la cabeza debía darse vuelta enfrentando al que le seguía en la fila y debía volcarle todo su odio a esa persona, gritando, gesticulando pero sin tocarla. La persona que recibía esto no podía responder, pero cuando sintiera que el otro era total, se debía retirar al final de la fila. El proceso se repetía con el siguiente de la fila, así hasta haber dado la vuelta completa y, entonces, era el turno del que había sido segundo en la fila, y que había recibido el odio del primero, volcar su odio a los demás.

Qué extraño sacar a relucir intencionalmente una pasión tan negativa, contra quienes uno no siente, en realidad, ningún odio o amor, como mucho, en esos días se había apenas comenzado a establecer una relación entre nosotros, por lo demás, perfectos desconocidos.

Desde mi discreta posición más o menos al medio de la fila pude ver a varios hacer el ejercicio y también recibir el odio de los que me precedían antes que me tocara protagonizarlo a mí.

Resultaba asombroso plantarse con cara de '¿y a mi qué?' frente a alguien que, tras algunas respiraciones profundas, como para reunir fuerzas, se lanzaba a gritarme y me miraba directamente a los ojos con un odio profundo. Cómo, esa persona con quien un momento atrás podría haber estado abrazado como los mejores amigos, con quien podría luego compartir alegremente el almuerzo, en ese momento era una fiera que, sin embargo, no estaba totalmente enceguecida, pues no me iba a tocar.

Estando ahí es como uno también podía ver cómo ese odio le llegaba, pues usualmente ambas partes son cegadas por el odio que se expresan y no pueden apreciarlo. Ahí, sin más que hacer que recibir conscientemente ese sentimiento, uno podía verlo desarrollarse e ir llegando, y de alguna manera no lo rechazaba sino que lo alentaba a seguir y así dejarlo ir penetrando en uno hasta llegar a tocarle muy dentro. Es ahí cuando uno se retiraba hacia el final de la fila, con una sensación de satisfacción y plenitud. Había recibido un obsequio.

Un actor, actuó bastante bien su parte, pero no lo suficiente, no fue real. A pesar de los gritos y gestos, muy convincentes, su destinatario permanecía inconmovible. Como actuación era buena, pero no era más que eso. Tuvo que descansar y volver a probar antes que quien estaba a la cabeza de la fila se retirara con un gesto más de cansancio que de convencimiento.

Le llegó el turno a una jovencita delgaducha, de cabello tan rubio que sus pestañas se hacían invisibles, la imagen de la fragilidad. Había dejado sus anteojos a un lado al iniciar el ejercicio. A falta de rasgos que le dieran más carácter a sus suaves facciones, los anteojos eran su rasgo más marcado. Ahora, sin ellos, se adelantó, dio media vuelta y tras una breve pausa, comenzó a despachar toda la fila a una velocidad pasmosa. Su nombre de sannyas significaba 'Temeraria'. ¡Quién hubiera dicho!

Llegado mi turno, avancé un paso y me di vuelta. Allí delante de mí tenía al estibador de Hamburgo, un tipo no muy alto pero sí muy ancho de hombros, cara cuadrada, pelo cortísimo y una barba mal rasurada. Para ese entonces ya todos sabíamos cuán dulce y sensible era este muchachón de aspecto fornido y corazón de oro. De todas formas, tuve que recordarme que era yo quien se suponía que debía amedrentarlo a él y no a la inversa. Junté un poco de aire y comencé a gritar y gesticular, pero yo mismo me daba cuenta que la cosa no salía. Tras unos intentos logré mandarlo al fondo de la fila.

Se adelantó la siguiente en la fila, y aunque lo intenté una y otra vez, no pasaba nada. Cansado, bajé la cabeza y cerré los ojos y, repentinamente, sentí cómo me subía algo caliente por el pecho, y cuando llegó al cuello, lo lancé.

De pronto escucho un rotundo '¡STOP!' y me detengo. Qué había pasado entre medio no lo sé; no sé si había abierto los ojos o no, pero cuando vi nuevamente, estaba en una esquina del salón tras haber recorrido unos 6 ó 7 metros, con mi compañera de ejercicio espantada delante de mí y el resto de mi grupo dado vuelta mirando hacia donde ahora me encontraba. El líder del grupo dice, 'sosténganlo' con una entonación amorosa, y mi compañera me abraza, afortunadamente antes de que me desplomara al piso.

No había pasado ni un segundo que ya estaba en brazos de mis compañeros quienes me llevaban a un lado, donde estaban apiladas las colchonetas del salón. Me dejan ahí, recostado sobre un lado, hecho un ovillo, al cuidado de uno de los asistentes, quien me acaricia mientras yo lloraba, lloraba y lloraba, tan profundo como nunca lo había hecho y probablemente nunca lo haré.

Aprendí mucho en este ejercicio. Aprendí lo que significa ser total y ser veraz. El actor no pudo superar su condicionamiento profesional y no pudo ser él. La joven temeraria, con ser total, pudo proyectar una intensidad que su aspecto no sugería que poseyera. Como receptor, aunque no lo manifestaba exteriormente, alentaba a mis compañeros a que me odiaran profundamente, y me alegraba cuando lo lograban. Pues un sentimiento, al ser auténtico, tiene su propia belleza, cualquiera que sea su naturaleza.

Aprendí la fuerza de ese ser total. Cuando el líder del grupo gritaba ¡STOP! (y por la naturaleza del grupo hubo de hacerlo en más de una ocasión) hasta las moscas dejaban de batir las alas y caían al piso. En varias ocasiones, debió crear climas tensos o agresivos y lo lograba con sólo mirar en derredor del grupo sentado en ronda

Aprendí también que los sentimientos tienen entidad propia. Que si algo o alguien le indujo a odiar, cuando ese hecho o esa persona desaparece, el odio queda y se enquista y se vuelve contra uno mismo, que trata de combatirlo, taparlo para que no salga e ignorarlo. Y todos esos pequeños odios van fermentando en ese pozo cerrado y se va filtrando y uno, forzado a tapar y seguir tapando, va tapando también alegrías, amores y, por qué no, otras penas, hasta que pierde contacto con todos sus sentimientos.

Y así sigue hasta que, de pronto, uno lo destapa y todo eso se derrama en una explosión que, por último, lo deja lleno de espacio vacío; libre, ligero y abierto y predispuesto a dar y recibir afecto.