El Riesgo Supremo | |
Vuelta a Conectándonos | Deva sentía un nudo en la boca del estómago. Lo había sentido desde que el grupo empezó. En realidad lo había sentido todas su vida, en el preciso momento en que se presentaba. Era una fuerte sensación de miedo. Ella siempre había tenido miedo de sus padres, de las monjas en la escuela, de su esposo. Tenía incluso miedo de sus hijos. Tenía miedo de todo: de la vida, de la muerte, de la felicidad, del dolor. Tenía miedo de no ser una buena madre, de ir mal en la universidad, de perder su trabajo. No era sorprendente que tuviera miedo en el grupo de encuentro. Hubiese sido sorprendente que no fuese así. Cerró los ojos. Intentó concentrarse en su temor. ¿De qué tenía miedo en ese momento? ¿Qué era aquello realmente? No eran las peleas lo que la atemorizaba. No era el temor de ser lastimada físicamente. No era el miedo a la violación, a la violencia. Al eliminar las causas anteriores, se encontró con el motivo primordial: era el temor de no ser aceptada, su miedo patológico a la negatividad de otras personas. Ella siempre se había amoldado a las cosas, a las circunstancias; siempre lo había hecho, a fin de poder confundirse con la multitud, a fin de ser aceptada, querida, amada. Yo , yo -balbuceaba; era la primera vez que hablaba-. Estoy asustada- dijo finalmente-. No le temo a las peleas, le temo a -Empezó a llorar. Los demás esperaban-. Tengo miedo de hacerles saber a otros que no me gustan - concluyó. Miró a Teertha, miro a Turiya, miró a Bhakta - quien le gustaba-, a Govind - quien no le gustaba- y a Moksha - a quien temía-. Pero nadie dijo nada. Govind ni siquiera le prestaba atención. Se miraba las uñas completamente absorto. Bueno, quiero decir, como veis, siempre he estado ansiosa por complacer- expresó en un torrente de palabras-. Todo empezó cuando era muy joven. Creo que siempre estaba intentando -Si quieres hablar de eso- le interrumpió Teertha-, ve al rincón y habla contigo misma. A los demás no les interesa. Deva se quedó sofocada, incrédula. Estaba intentando abrirse, vaya si lo estaba intentando. - Hablas demasiado- continuó Teertha-. Es una charlatanería insípida y tediosa. Trivial. Te escondes detrás de las palabras. Ella le miró. Tenía razón, por supuesto; ¿qué podía decir? -Si, pero verás - empezó, intentando defenderse. -No me interesa- volvió a interrumpirla él, y apartó su atención de ella a propósito, dirigiéndose a alguien más, a una atractiva chica francesa. Bhakta se sentó junto a Deva intentando consolarla. La rodeó con sus brazos. No podía soportar que una mujer fuese rechazada de esa manera. Quería decirle que no se preocupase, quería consolarla, ofrecerle su amor. - No te preocupes, Ma- le susurró, acariciándole la espalda. Brúscamente, ella se puso a gritarle: -Suéltame, suéltame, ¡no me toques! Quería que le quitase las manos de encima, que se apartase de ella, que dejase de sofocarla con su amor. Toda su vida había sido lo mismo: un dejarse llevar por las buenas intenciones de otras personas hasta sentirse sofocada con su amor. -¡No me toques! ¡Déjame!- le gritaba. Luego se dobló en posición fetal, rígida, cerrada-. ¡No! - gritó-. ¡No! ¡No! ¡No! Se relajó por un momento, se mostro otra vez abierta a los demás. -Grita- le rogó Teertha-. Permite que salga todo. Y ella empezó a gritar y a gritar, y con ella todos los demás. Parecía un coro de locos. Teertha les pidió que lo hicieran para ayudarla. Los gritos llenaron el salón, el cual resonaba con ellos. Después, Teertha hizo que Deva diera una vuelta por el salón diciendo a cada uno qué era lo que no le gustaba de él. Ella se mostró poco entusiasta, tibia. - No me gusta el corte de tu cabello. No podía decir nada que hiciese daño realmente. Luego volvió a dar una vuelta diciendo esta vez lo que le gustaba de cada uno. Sus palabras le resultaban falsas incluso a ella. Sonaban como si no tuviesen ningún significado. -Hay algo en ti que me recuerda a mi hijo mayor- le confesó a un muchacho. Pensó que sería el mejor cumplido que podría hacerle a alguien-. Siento una gran simpatía por ti.-Le sonrió. -Si ésa es toda la emoción y el calor que sientes por tu hijo- le respondió-, el pobre chico debe de sentirse fatal. ¡Qué horror! Su corazón se congeló. Lo miró totalmente desconcertada. De repente se dio cuenta de que no expresaba ningún amor. Actuaba cariñosamente, pero lo que expresaba era un gran no. No había engañado a nadie. Los demás habían captado su incapacidad para amar, su incapacidad para compartir. Empezó a gritar: No, no, no. Mira se situó frente a ella y respondía gritado un sí a cada uno de sus no. Teertha le pidió que, por la noche, al regresar a su habitación, se dedicase a profundizar sus sentimientos con respecto a sí misma y a su cuerpo. Al intentar hacerlo, lo único que pudo percibir fue un sentimiento de aversión hacia sí misma. No podía superarlo. Odiaba su cuerpo, odiaba sus miedos, odiaba sus necesidades, su manera de ser, sus formas de escapar. No pudo encontrar nada en sí misma que no odiase. Por supuesto, no pudo dormir. Permaneció tendida en su cama llorando, compadeciéndose de sí misma, deseando su propia destrucción, dándose golpes en el cuerpo; deseaba hacerse daño. Quedó exhausta después de eso, pero aún no podía dormir, así que cogió uno de los libros de Osho y lo abrió al azar. "Cuando tengas una emoción intensa, cualquiera que sea, ámala. Es tu energía, eres tu", expresaba Osho. Aquello le produjo risa por un momento; luego volvió a derramar lágrimas. Observó su cuerpo desnudo cubierto de moretones por el autocastigo que acababa de inflijirse. "Ámalo, eres tú", se repetía a si misma. En medio del llanto, empezó a acariciar sus brazos, sus senos, su estómago. Volvió a recostarse en la cama. "Está bien que te ames a ti misma", se dijo. Miró la fotografía de Osho que tenía sobre el tocador. El la miraba con amor, con aceptación, le daba seguridad, el derecho a ser lo que era. Se durmió al final, envuelta en su amor. Este libro, impreso en castellano por Martínez Roca y hace años agotado fue mi introducción a Puna, a las meditaciones, los grupos de terapia y los sucesos en general dentro de la comuna. Las cosas habían cambiado mucho desde el 79, cuando este libro fue escrito, ya no había violencia física, no había huesos rotos, golpes y demás. No por ello los grupos eran menos intensos, pero era más lo que ocurría por dentro que lo que se manifestaba externamente. Por respeto a la privacidad de los participantes, lo que ocurre dentro de los grupos no se comenta fuera del mismo. La autora ha publicado estas historias con el permiso expreso de los participantes. Del libro El Riesgo Supremo Vuelta a Conectándonos |