Osho en Uruguay

 

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Algunos de nuestros lectores probablemente no sepan cuán cerca lo tuvimos a Osho. Las circunstancias de su viaje no fueron las más propicias, fue parte de lo que se llamó la Gira Mundial, un forzado peregrinaje tras el cierre del 'Rancho' (Rajneeshpuram), la comuna en Oregón, por parte de las autoridades norteamericanas. La negativa de muchos países de acordarle visa forzó a la caravana a volver a Puna, India, de donde habían partido varios años antes, y donde se encuentra actualmente la Comuna.

Estos son parte de los recuerdos de Ma Prem Shunyo:

Hasya and Jayesh acababan de llegar a Montevideo y encontraron una casa para Osho en Punta del Este. Se decía que era como la Riviera de Sudamérica, y probó ser tan bello que quedamos asombrados que el resto del mundo no supiera nada del lugar.

Al día siguiente, Jayesh, Anando y yo manejamos durante tres horas a través de la campiña, plana y verde, hacia Punta del Este. La casa estaba a tres minutos de caminata de las dunas de arena que llevaban a una extensa y llana playa ¡y al mar! Se decía que el aire marino en esta área era bien conocido por sus poderes curativos y olía limpio y dulce.

La casa era magnífica, y como había sido construida originalmente como dos casas, luego unidas, era enorme. Afuera, enmarcado por altos eucaliptus con sus troncos descascarados multicolores, había un parque de césped (grama), una piscina y cancha de tenis. El vecindario superaba a Beverly Hills, dijeron Hasya y John, quienes habían vivido en Hollywood antes de mudarse a Rajneeshpuram. Los cuartos de Osho se encontraban arriba de unas ondulantes escaleras. En el pequeño descanso pusimos Su mesa de comer, en frente de un angosto ventanal de 10 metros de alto, a través del cual se podían ver los árboles. Había un pequeño corredor y en un extremo, un amplio y moderno baño, casi tan bueno como el que Osho tenía en Rajneeshpuram, en el otro, un dormitorio. El dormitorio no era el más grande pero era el único cuarto en la casa con aire acondicionado y total privacidad. Era oscuro y un tercio de él estaba particionado por una puerta corrediza de roble. Este pequeño cuarto siempre nos produjo una extraña sensación y siempre tuvo un olor raro. Acostumbrábamos bromear acerca de que debía haber un fantasma. Pero la casa estaba inmaculadamente limpia y Osho estaba conforme.

Cuando Osho llegó, caminó con Su mano en Su cadera admirando la casa y los jardines. Después de un par de días vino a sentarse al jardín todos los días. Era tal la alegría de verlo bajar esas escaleras, tomado de la mano de Vivek, pasar por la piscina hacia Su sillón, ya preparado, esperándolo. Un día vino luciendo lo que yo llamo su camisón de dormir, una larga bata blanca y sin sombrero, pero con sus anteojos de sol Cazal, aquellos que solíamos llamar sus anteojos de mafioso. La escena tenía un aire íntimo y excentrico. En ocasiones, trabajaría algo con Hasya o Jayesh y a veces con Anando, o simplemente se quedaría sentado, en una quietud perfecta, quizás por dos o tres horas, hasta que Vivek pasara a buscarlo para avisarle que Su almuerzo estaba listo. Nunca leía nada, nunca cambiaba de posición en el sillón, simplemente permanecía sentado inmóvil.

Mientras El estaba sentado por la piscina nosotros nos manteníamos discretamente fuera de su vista. Osho, sin pedirlo, siempre crea un sentimiento en la gente de respetar Su privacidad. Cuando El está con nosotros en un discurso, nos dá tanto, que si El camina alrededor del jardín, o cuando come, lo dejamos totalmente para si. Si El se encontrara, por pura casualidad, con alguien, entonces es impresionante ver con qué totalidad El saluda a esa persona; Su mirada lo penetrará, y yo he quedado conmovida tras encuentros accidentales con El, pero aún así, se siente mucho mejor respetar Su privacidad. Así pues, aunque vivíamos en la misma casa con Osho, El se sentaba solo cuando no nos hablaba en el discurso.

Anando nos contó acerca de un día cuando estaba sentada con Osho en el jardín leyéndole recortes de diarios y cartas de Sus discípulos. Sopló un fuerte viento del mar y los altos árboles que rodeaban la casa comenzaron a mecerse y sacudir sus pinochas como una lluvia de pequeñas piedras. Las pinochas caían alrededor de ella y de Osho, y ella le urgió a correrse bajo el reparo del techo. El dijo en una voz totalmente desapasionada, "No, no, no me golpearán," y se quedó tranquilamente sentado allí mientras Anando saltaba por las pinochas que caían por todos lados. Ella recordaría cuán calmado El estaba y cuán natural su certeza de que no recibiría un golpe.

Ma Prem Shunyo
Días de Diamante con Osho, Cap 14: Uruguay


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