$250.000 por monaguillo

Cuando un fenómeno alcanza trascendencia económica, The Economist, un semanario económico inglés, le dedica algo de espacio. El ejemplar del 30 de agosto de 1997 habla del "Precio del Pecado", según va el título de la nota, donde habla del abuso sexual a que han sido sometidos niños por parte de sacerdotes católicos. En los Estados Unidos, la iglesia católica lleva pagados $650 millones desde 1985 y los casos pendientes actualmente en los tribunales fácilmente llevarían esta suma a más de mil millones. Esto sin contar todos los casos no documentados que se resuelven fuera de la corte. En un país donde la responsabilidad civil no se puede evadir, donde la iglesia no tiene el status especial acordado en el mismísimo artículo segundo de nuestra recientemente reformada Constitución, la Iglesia Católica debe rendir cuentas como el que más.

Las cifras en juego llevan a que una publicación eminentemente económica le preste atención al fenómeno. Varias diócesis han debido hipotecar o vender propiedades, suprimir servicios y hacer colectas especiales para cubrir estas indemnizaciones. El negocio inmobiliario está particularmente atento a estos desarrollos pues da la posibilidad de acceder a propiedades de la iglesia antes inaccesibles.

Las compañías aseguradoras, comenta la nota, lo consideran un rubro específico dentro de sus coberturas. Lloyd's no lo cubre; la mayoría de las aseguradoras le ponen un tope, aproximadamente $250.000 por cada caso de abuso sexual. Raramente una cosa que no ocurre recibiría un tratamiento explícito y específico en una póliza. Si una póliza cubre terremotos, es porque los terremotos existen; si una póliza no incluye rayos verdes disparados desde platillos voladores es porque todavía no se han registrado casos. Para compensar la falta de cobertura por parte de las aseguradoras, un obispo sugirió hacer un fondo común entre las varias diócesis para cubrir este tipo de 'gastos'; propuesta rechazada por el grueso de las demás diócesis pues, es justo aclarar, la magnitud del fenómeno, en términos absolutos, no es reflejo del conjunto de la institución.

The Economist cita datos de una organización que provee apoyo a víctimas de abusos por parte miembros de instituciones religiosas. Comenta que el 90% de las llamadas que reciben son respecto de sacerdotes católicos que abusan niños. El resto son, en general, casos de abuso a adultos del sexo opuesto, o sea, consejeros demasiado 'amistosos'. Apuntan al celibato como la causa más segura de este fenómeno (de las religiones mayoritarias en los EE.UU., la católica es la única que exige el celibato).

La noticia nos choca particularmente por la expresión tan concreta y tangible del fenómeno. De pronto nos viene a la mente el súbito reconocimiento de estadísticas concretas sobre el SIDA. Fue necesario tener algo palpable para que ese reconocimiento pusiera todo un mecanismo social a trabajar. Fue necesario también dejar de lado el adjetivo 'vergonzante' para referirse a 'ciertas' enfermedades. Sin embargo, no existe peor vergüenza que la ignorancia. Ignorar un problema es lo más alejado de solucionarlo. En este caso, lo alarmante no es tomar conocimiento de una expresión más de las debilidades humanas, sino la falta de reconocimiento del problema y reacción por parte de la institución.

Para nosotros, al igual que para las instituciones, el conocernos y aceptarnos, en nuestras partes buenas y las que no lo son tanto, son el único camino para el crecimiento.