Las claves de Egipto

Tal es el título de un fascinante libro1 sobre la vida de Jean-François Champollion, descifrador de jeroglíficos.

Su niñez transcurrió en medio de la Revolución Francesa, su juventud en la era Napoleónica y su consagración en la reinstaurada monarquía.

Su alma volaba de Francia a Egipto.

Su descubrimiento de las claves para interpretar las varias escrituras egipcias abrieron las puertas a un mundo hasta entonces desconocido. Tras la decadencia del reino faraónico, tras sucesivas ocupaciones por vecinos más guerreros, la lengua escrita se había llegado a perder totalmente. Ninguna de las tribus y razas que ocupaban Egipto en tiempo de Champollion tenían la menor idea de la lengua de sus ancestros, muerta hacía ya más de milenio y medio.

Los escritos ofrecían informaciones de lo más variadas. La famosa piedra de Rosetta, actualmente expuesta en el Museo Británico, era una proclamación real de un funcionario. Esta proclama estaba escrita en tres lenguas, griego y dos variedades de egipcio, para ser exhibida en un lugar público y asegurarse que todos los pobladores pudieran tomar conocimiento. La necesidad de hacer pública una proclama en tres idiomas da clara idea de lo cosmopolita del lugar. El griego vendría a cumplir la función que actualmente el inglés como idioma para el intercambio internacional. Tras las conquistas de Alejandro Magno, el griego estaba difundido hasta casi la India. Tanto Ptolomeo como Cleopatra son descendientes de Alejandro y sus nombres aparecen como soberanos otorgantes en la proclama.

Además de infinidad de documentos en papiros, que el calor seco de Egipto conservó admirablemente, los grandes monumentos estaban engalanados con crónicas de batallas y conquistas, efemérides reales y toda una serie de detalles históricos que permitieron datar con muy buena precisión miles de años de historia hasta entonces desconocida o conocida fragmentariamente. Claro que esto causó no poco revuelo, pues la cronología se remontaba más allá del génesis bíblico, lo cual era peligroso ante una iglesia que recuperaba el poder perdido en la época napoleónica.

También surgían otros problemas como el caso de Ptolomeo VIII y su esposa Cleopatra III. "Este Ptolomeo", dice el referido libro, "odiado por el pueblo de Alejandría que le apodaba 'Phykson' (barrigón), fue correy de Egipto junto con su hermano Ptolomeo VI desde 170a.C. hasta que siete años después aceptó la corona del reino vecino de Cirene (la actual Libia). Regreso a Egiptoi en 144 a.C. y allí asesinó a su sobrino Ptolomeo VII y se casó con su propia hermana, Cleopatra II. Dos años después, sin divorciarse de Cleopatra II, se casó también con Cleopatra III, hija de su hermano Ptolomeo VI y de su hermana y esposa Cleopatra II , que antes había estado casada con Ptolomeo VI". O sea ....

Un grave problema con que se habían enfrentado la mayoría de los estudiosos eran los preconceptos que tenían sobre el idioma. La mayoría (e incluso Champollion compartió este generalizado error en su principio), creía que "los jeroglíficos eran simbólicos u ornamentales, un conjunto de símbolos místicos diseñados para ocultar información sagrada a todos excepto a unos pocos iniciados, y no un sistema de escritura para transmitir información".

Muchas de estas ideas erróneas aún persisten en disciplinas místicas que regularmente creen redescubrirlas. De hecho, lo único que realmente se redescubre es alguno de tanto libros que postulaban teorías descabelladas sin base real pues, debe recordarse que no hubo más de milenio y medio de total incomunicación. Todo libro originado antes de 1820 es totalmente inventado, no está basado en absolutamente nada real pues hasta ese entonces no existía nadie, ni aún en Egipto, que pudiera interpretar los jeroglíficos, ni nadie que hubiera recibido por tradición oral nada de aquella época habiendo Egipto sufrido sucesivas invasiones culturales persas, griegas, romanas e islámicas, esta última la más poderosa culturalmente y que aún perdura.

Cuando llegó el momento en que sí se pudo interpretar algo de todo aquello, se descubrió un Egipto que, salvando su prodigiosa precocidad (a fin de cuentas, alguien tenía que ser el primero), resulta perfectamente comparable con las culturas que le siguieron. En realidad, Egipto y la escritura crecieron juntos. Gracias a la posibilidad de publicar y distribuir los edictos, leyes y proclamas (tal como la piedra de Rosetta), es que es posible gobernar unificadamente un país. Un milenio más tarde, Europa, sumida en un terrible analfabetismo, se vería dividida en innumerables reinos, cada uno tan extenso como alcanzara la intervención directa del soberano. Una única institución se extendía por sobre todos esos territorios, la letrada iglesia.

Las fantasías místicas respecto de Egipto y los faraones siguen hasta nuestros días. Dos series de televisión de ciencia ficción, ambas secuelas de películas de bastante éxito, tienen a sus personajes disfrazados de faraones.

Mientras las fantasías egipcias se combinan con las fantasías espaciales, el espacio sigue allí, más distante ahora que hace 30 años, cuando el último par de astronautas de la Apolo 17 viajó más allá de la órbita terrestre. En tanto, seguimos inventando extraños simbolismos para las planetas y estrellas y nos hemos olvidado que los planetas son, simplemente, objetos que están realmente allí, esperando que los visitemos. Quizás haga falta un moderno Champollion que nos haga comprender que los planetas no tienen significados ocultos, que son, simplemente, lo que son.


1 Las Claves de Egipto - La carrera por leer los jeroglíficos / Lesley y Roy Adkins / Editorial Debate / ISBN: 84-8306-363-8