La sabiduría de los antiguos.

Las ciencias de la prehistoria han cambiado enormemente en los últimos cien años. Las expediciones en busca de grandes descubrimientos arqueológicos han dejado paso a una arqueología mucho más metódica y abarcativa. Actualmente se busca la reconstrucción de todo un entorno social, donde la vida del constructor de pirámides es tan importante como la del rey que la encargara o la del agricultor que alimentaba a ambos. Es así como la moderna arqueología nos provee un panorama mucho más cierto de cómo era la vida en aquellos lugares donde no existía registro escrito o, si lo había, abarcaba solamente los sucesos más importantes del momento, no la vida cotidiana.

Así es como grupos de geólogos y expertos en agricultura, estudiando las sucesivas capas de sedimentos en los alrededores de ruinas griegas encontraron claros signos de erosión debido a la explotación abusiva de esas tierras. Explorando más en profundidad llegaron a vislumbrar un suelo que podría haber dado a la antigua Grecia un aspecto paradisíaco, un verdadero vergel como no ha sido visto en varios milenios. De pronto, comenzamos a sospechar que aquellos griegos que parecían vivir tan en contacto con la naturaleza, a la cual simbolizaban mediante todo un panteón de dioses, semidioses y héroes, eran tan sabios como nosotros y tan obedientes a sus dioses como nosotros a los nuestros, o sea, poco y nada.

Pero es de esperarse que así fuera, en definitiva, la cultura Europea surge de Grecia y es esa la cultura que ha engendrado el caos ecológico actual.¿Será así?

Se ha especulado bastante, y fantaseado más aún, sobre las estatuas de piedra de la isla de Pascua. Hace años, sin embargo, se tiene en claro cuál era el procedimiento usado para erguirlas. Las estatuas eran trasladadas rodándolas sobre troncos de palmera hasta el sitio de su emplazamiento. Allí se tenía excavado un pozo angosto y profundo. La estatua se deslizaba con la base por delante para que quedara en voladizo sobre el pozo hasta que, en algún momento, la base caía de punta, irguiéndose por si sola. Las indicios son claros. Los caminos que llegan hasta ellas están llenos de abundantes astillas de los troncos que se usaban para rodarlas, compactadas en la tierra por el peso mismo de las estatuas. Alrededor de la base de las estatuas se conservan todavía los refuerzos de piedra y madera que se hicieran para poder deslizar las estatuas por el borde del pozo sin que las paredes se desmoronaran.

Hasta aquí, no hay misterio, sin embargo, es casi imposible encontrar esa palmera en la isla. La mayoría de los árboles son especies importadas. Más aún, la isla es tremendamente árida y no es capaz de soportar una población que pudiera dedicar algo de 'tiempo libre' a tallar y emplazar megalitos; con lo cual, subsistía aún un misterio 'insondable' hasta que alguien lo sondeó.

Como en el caso de Grecia, los modernos arqueólogos comenzaron a reconstruir toda la sociedad de la isla. Encontraron que el suelo había sido fértil y con una capacidad de soportar una población bastante importante. Más aún, encontraron una sociedad que disponía de recursos en abundancia que le permitía mantener un cuerpo de artesanos dedicados a tareas no relacionadas directamente con la subsistencia. También encontraron los precursores de las estatuas, esto es, muestras de artesanías que demostraban la capacidad de tallar la piedra como así también el origen artístico de la imagen. Una sociedad que pereció victima del desastre ecológico que ellos mismos engendraron. La población llegó al punto en que la continua expansión de las áreas productivas acabó con los árboles que servían de combustible y material de construcción, y siguió creciendo hasta el punto que ni todo el alimento recolectado podría haberlos alimentado, así lo hubieran querido comer crudo, por falta de combustible, y sin techo, por falta de postes conque soportarlo. Así es como en las tumbas más tardías se muestran claros indicios de desnutrición. Si la antigua Grecia hubiera estado tan aislada de toda otra isla o tierra firme, sabríamos tan poco de ellos como de los pascuenses.

Así pues, pareciera que los humanos hemos abusado constantemente del entorno en que vivimos hasta más allá del límite sostenible. Mucho antes de que el hombre blanco diezmara las manadas de búfalo en las praderas de Norteamérica, los nativos ya habían liquidado al mamut y al caballo cuando aún los glaciares no acababan de retirarse.

Proveniente de Asia a través de la franja de tierra que existía en lo que ahora son las islas Aleutianas, el hombre entró a este continente por la actual Alaska, cuando mucha del agua que ahora llena los océanos estaba atrapada en los glaciares y el nivel del mar era tan bajo que las costas de América y Asia se tocaban. Los humanos no fueron los únicos animales que cruzaron. De todos ellos, el caballo se volvió el gran ausente hasta su reintroducción desde Europa. Mientras que los parientes que quedaron en Mongolia aprendieron a montar el caballo y formaron hordas que llegaron hasta el centro de Europa, sus primos americanos, simplemente, se los comieron hasta que no dejaron ni uno.

Si bien el caballo ingreso al continente junto con el hombre y su extinción fue más sencilla pues no tuvo tiempo de diseminarse, el mamut, por el contrario, ya estaba bien asentado. Un animal con pocos enemigos naturales, con una tasa reproductiva baja, no pudo contra el embate de unos minúsculos bípedos provenientes del oeste. Probablemente, el último mamut vivo que existiera sobre el planeta no haya muerto de viejo, sino cazado por humanos.

En la medida que sigamos viendo el pasado de la humanidad con más claridad, nos encontraremos con más y más casos como los mencionados que nos dicen a las claras que el hombre moderno no es ni más ni menos abusador de su entorno, ni más ni menos conciente de su relación con la naturaleza que lo que siempre fue. El hombre ha explotado siempre su entorno hasta el límite de la tecnología de que disponía, mucho más allá del límite regenerativo del mismo. La diferencia más importante entre aquel ancestro prehistórico y nosotros, no es tanto la capacidad de nuestra tecnología, sino la magnitud de la población mundial. El hombre antiguo era nómade o migraba tras varias generaciones, abandonando sus antiguos asentamientos, aún tras generaciones y generaciones de apilar piedra sobre piedra y construir pirámides y monumentos.

Nuestro problema es el mismo que el de los pascuenses: la población crece, los recursos escasean y ya no tenemos a dónde irnos. Mientras tanto, dependemos de la tecnología para extender la capacidad de sustento del entorno pues aún la redistribución de los excedentes de producción de una región a otra requiere de las tecnologías de transporte, almacenamiento y de comunicaciones, sin contar con que dichos excedentes existen gracias a la tecnología de producción.

Curiosamente, la construcción de estatuas no declinó a la par que la población de la isla. Los jefes de la isla, no teniendo en qué ocupar a la creciente población, la mantuvo entretenida fomentando un mito que ahora nos ha quedado como último testigo de su civilización. Nuestra actitud no parece diferir mucho de la de ellos, aún seguimos poniendo nuestras expectativas en que esas estatuas complazcan a algún ser benevolente que mágicamente nos permita zafar del desastre.

Satyam